jueves, diciembre 15, 2005

En donde cuento cómo vencí el monocromo y fuimos tras las perras de Levittown

En Levittown fumar mafú es asunto sagrado. Apenas era un pendejo de veinticinco años cuando una tarde bajé a pagar por gasolina en un puesto del Boulevar y escuché la transacción entre el cajero y la clienta, una mulata de quince años, con el peinado del gel reggaetonero, fumando Newports quien pedía otra caja y dos filis.

-¿Dos na más?- jodío el cajero.

-Pa empezar, ¿viste?- ripostó ella lacónica.

Yo había sido el enviado oficial del bonche para llenar al Pulp Fiction. Un Cutlas Supreme blanco del setenta y quien sabe. Con los quince pesos que apuramos con el cerrucho apenas pudimos abastecernos para la larga joda. Y el Pulp sí que era museo de locuras rodantes: en el espejo retrovisor estaban pegados un sinúmero de stickers correspondientes a cada uno de los puntos donde se capeaba el pasto. Compañeros de viaje fueron el Chapulín Colorado, el Chavo, Snoppy, Snoop Doggy Dog, Pokemón, los Power Rangers...

Aquella noche Papo 'Surf' consiguió dos sacos de Chapulín Colorado de La Perla. Ya Luisín había desenmoñado en el libro de una de sus clases de psicología y El Prieto había sacado el cartón de los filis. Papo procedió a enrrolar como un artesano.

-Amerita un spliff- razonó el Surf mientras sacó de su bolsillo lateral derecho del pantalón una paleta de chicle que no dejaría por el resto de la noche.

Aficionado al arrebato duro del surfer, Papo preparó dos cornetas compactas y duras. Las puso sobre la mesa y Luisín respondió tirando tres pesos al medio.

-Faltan las cervezas y nos vamos- dijo.

Regresamos al licuol del puesto. Todos teníamos el tumbao del soon to be high: nos bajamos todos del carro, aunque uno solo fue por las cervezas, hicimos chistes pendejos, ligamos a dos o tres flejes.

Y nos pusimos en ruta saliedo hacia Punta Salinas. Manejaba Luisín. Cuando pasabamos la playa del Caracol el primer fili se extinguía. El Pulp Fiction tenía Nice Dreams. Humo por todas partes.

-¡Mhh!, ¡Ehh!, chicanito...- pidió Lusín mientras me pasó el taruguito.

Yo rondaba la idiotez. La pavera me había atacado unas cinco veces. Todo comenzaba como siempre, las cosquillas en las plantas de los píes, la chulería y cuerpo y mente en divagación plena.

-Mira date una biel-, me aconsejaba Papo.

-Tranquilo que se me va esto- contesté.

Chicanito vino y chicanito fue. Unas trece veces aquella changa pasó por mi boca. El arrebato comenzó a alterar mis sentidos. Los colores de mi televisión comenzaron a fallar.

-Apaguen el monocromo...-, le pedí al Luisín, quien guiaba como si su brazo fuera una palanca inmóvil que manejaba comandada a distancia. Casi choca.

-¡Cabrón yo quiero ese arrebato!- gritó.

Yo sudaba. Sentía que la cabeza se me iba hacia atrás. Sudaba.

Vi casas con aleros anaranjados en blanco y negro, autos rojisimos en blanco y negro, perros amarillos en blanco y negro, caballos infinitos en blanco y negro, a tu suegra meándose en un colchón en blanco y negro y hasta un tren rojo y negro lo vi anaranjado...

-Diablo... ¿over y to?, este se nos fue overdose...- se reía Papo.

-¡Ovel!- respondió el Prieto.

Yo sudaba y pedía "apaguen el monocromo".

Papo se dejó de reir y pidió que regresaramos. Las perras estaban esperándolo. Le habían dejado mensaje en el beeper. Vámonos, insistía.

Mas de aquí en adelante el relato no es por cuenta mía sino por lo que me contaron que sucedió. Yo comence a dormir. El corillo prendió el segundo fili. Recuerdo que trate de abrir los ojos y me dio una piquiña cabrona. Denso el humo. Desperté. Me había quitado la camisa durante el doble cancha del ovel. Era un baby manatiee sacado del mangle. ¿Cómo llegó esa medalla a mi mano?

Abrí la ventana y pasábamos por la entrada del pueblo más limpio del país cuando reparé en un profesor amariconado que nos dio clases en la universidad hablando con un fulano de la calle.

-¡Vayaaaaaaa!-salí por la ventana gozoso. Luego el puesto de gasolina, el río, los cañaverales, las playas, las trampas cocolías, los pedazos de chapaletas y boogeys, muchas latas de cerveza, el olor a pan Lemy, el Boulevard.

Ahora retomo el cuento: ahí estoy en el estacionamiento del McDonnald's. Apenas son las 11:00 PM y parezco un tecato enchurrascao, casi arranco la antena de cuajo tratando de mantenerme de pie. Papo menciona las perras.

-¡A ella le encanta como le hago y le doy, dembou!- bailó el Prieto.

Me veo sexy. Mi pecho de pelo incipiente y grasa en crescendo ofrecía de coco y de piña pa las niñas.

-Dale, ponte la camisa que vamos pa allá- me dijo el Surf no sin antes darme un par de bofetones que empezaron a aclarar la noche.

Eso hice. Luisín sacó el Newport, el Prieto pusó el fuego, me di dos cachas y se lo pasé a Papo cuando salimos tras las perras de Levittown.

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