miércoles, julio 08, 2009

¿Querían alianzas público privadas? Alerta comunidades, este es el certificado de defunción de Llorens, Vieques y Viejo San Juan

¿Sabía usted que en los terrenos donde se ubican hoy día el residencial Llorens Torres, el gobierno de caricatura de esta Ínsula Barataria quiere hacer un amusment park? ¿Sabía usted que estos afrentaos del dinero fácil quieren hacer un túnel que conecte a la PR-5 (expreso de Río Hondo) con el Viejo San Juan? ¿Sabía que estos guaynabuchos quieren hacer el maldito puente que conecte a Vieques con Puerto Rico?

Sí, así como lo oye, y esto es en serio. Alerta. Ahora nos van a entretener con tres marionetas: el proyecto para cancelar el derecho constitucional a la fianza; los despidos que vienen y los monos de Guayama, en tanto nos querrán pasar todo esto por debajo de la mesa. No exagero.

Hay que buscar. Hay que leer más allá de los periódicos y todo se sabrá, pues estas aves de rapiña no se esconden si el tumbe es bueno. Copio al pie de la letra dos ‘artículos’ de Planos y Capacetes, edición Julio-agosto 2009, el órgano del capítulo de Puerto Rico de la Asociación de Contratistas Generales de América. La redacción es lo más cursi e inculta que se pueda imaginar, producto de la mente de un nuevo rico que sueña con sus pesitos:


Página 12: Puerto Rico Amusement and Theme Park (se incluye en la publicación hasta un rendering de cómo sería el nuevo parque). “Inversionstas locales y desarrolladores de vivienda sostienen conversaciones para presentar una propuesta única, la cual consiste en construir el parque de diversiones más moderno del Caribe: el Puerto Rico Amusement and Theme Park. Dado que en los Estados Unidos hay 600 parques y Europa posee 300, han visto la necesidad de proponer esta Alianza Público Privada que viabilice este desarrollo de una industria que genera en los Estados Unidos sobre $10 Billones [sic, así en mayúsculas] anualmente. Esta alianza propone tomar los terrenos del Residencial Público Luis Llorens Torres para situar un parque de diversiones en conjunto con empresas tales como Six Flags (quien posee 20 parques incluyendo Canadá y México) (Énfasis mío). Esto dará paso a reutilizar estos terrenos con potencial turístico cercanos a la playa para atraer mayor economía turística al país. El grupo se propone reubicar a los residentes de este residencial público en urbanizaciones de interés social y complejos ya desarrollados para continuar con esta la obra social de mejoramiento de calidad de vida de estas familias.[sic] Este Alianza [sic] daría paso a un proyecto de construcción de sobre $600 millones de inversionistas privados. Las líneas aéreas, cruceros, hoteles de Isla Verde y San Juan en conjunto con todas las asociaciones turísticas del país apoyan enormemente, [sic] esta alianza y respaldarán este grupo en su gestión de hacer viable este ambicioso proyecto”.


Página 12: Puente Puerto Rico/ Ceiba-Vieques (se incluye un horrible dibujo, cuasi caricaturesco de lo que sería la estructura) “Con el anuncio del Gobernador Luis Fortuño sobre los nuevos planes para Roosevelt Roads y crear La Riviera del Caribe, tomo [sic] mayor fuerza la propuesta de construer el Puente de Vieques. Esta ambiciosa y monstruosa [sic] estructura permitirá acceder en carro la isla municipio de Vieques sin depender de barcos o feries. El grupo propulsor de este puente lleva meses trabajando en esta propuesta para construir, mantener y operar un modelo de alianza ya utilizado en la isla. Este puente daría paso a nuevas oportunidades de crecimiento económico para Vieques y la propuesta área de La Riviera del Caribe. En otras partes del mundo se han realizado exitosos proyectos como este los cuales han beneficiado enormemente a esos países”.


Página 14: Sistema de Túneles Bahía de San Juan (se incluyen renderings de diseño estructural y ruta) “Se imagina poder transitar hacia la isleta del Viejo San Juan sin pasar por los tormentosos taponamientos durante las constantes festividades del centro histórico, más concurrido del país. La propuesta del Túnel bajo la Bahía de San Juan, pretende aliviar y proveerle la circulación fluctuante constante al Viejo San Juan. [sic ¡Dios mío no deja de sorprenderme el nivel de moronidad del redactor/a de este mojón!]. Todos hemos sido víctimas en alguna ocasión, cuando tratamos de transitar o visitar el Viejo San Juan o hacer alguna gestión gubernamental, pero dado las pocas alternativas para que mayor cantidad de vehículos transite, la policía tiene que intervenir para lidiar con este grave problema. Por ende, un grupo de inversionistas realiza una propuesta donde proponen construir, mantener y operar un Túnel debajo de la Bahía de San Juan la cual conectaría la PR #5 (mejor conocido como el Expreso Río Hondo), desde Cataño hasta el Viejo San Juan. Esto proveerá una gran cantidad de posibilidades de transportación, para que las personas no tengan que ser víctimas de la congestión vehicular, durante festividades notables. Así, las personas puedan entrar y salir del Viejo San Juan, a través de este nuevo acceso el cual tendrá una plaza de peaje para costear la inversión del mismo. ` Hay otro sin número de propuestas e ideas que se están considerando para presentarse como alternativas de Alianzas Público Privadas, dentro del marco de la ley. Tanto los grupos privados inversionistas, como las agencias del gobierno, han sometido ante la Autoridad para las Alianzas Público Privadas (APP), otros proyectos de alto valor para nuestro pueblo. Esto hará posible que Puerto Rico continúe compitiendo con otras grandes economías del mundo. [sic, jajaja, perdonen, pero esto es muuuy cómico por el nivel de ingenuidad de los proponentes]. Al final el mayor beneficiado será el pueblo de Puerto Rico.”

miércoles, junio 24, 2009

Papás en dos tiempos


A mi papá Alberto, a mi amigo Héctor Pérez, otro joven papá

Domingo 21 de junio

Escapo al monte para mi corrida bicicletera dominical. Ruedo por los trillos y descubro que soy un bacalaíto frito, frito: llevaba casi un mes sin poner los pies en los pedales. Ya de regreso del Parque Julio Enrique Monagas, batallo contra la ventolera que entra desde Amelia para sostener mi cadencia. La bici no me responde, ¿o son mis piernas las que no pueden más?

Estaba en esas elucubraciones light, cuando fijé la vista más allá de mi entornito. Allí, frente a la cárcel federal había cerca de cien personas. Gran parte de ellos eran mujeres y niños –me atrevería a decir que quizás sólo había dos hombres y uno de ellos era un universitario- que llevaban globos, flores y pancartas. Casi escalaban la verja que separa a la nevera federal de la calle. -Sube, sube el letrero más, creo que ahí lo va a ver-, le indicaba una madre a su hija. –¡Papiiii, esta flor es para ti!-, gritaba una adolescente, con la mirada fija en las rendijas de cristal por las que los presos miran el mundo exterior. –¡Sí, nos vió, nos saludó!-, gritaba esta otra chica a su madre, quien se llevaba las manos a la boca en un gesto para contener el llanto.

Todo aquello lo vi muy rápido. Seguí mi marcha. En unos cinco minutos estaba en mi casa. Ya mi hijo Mauro se había levantado. Entré a la marquesina y estacioné la bici. Mauro vino en pos de mí. Me abrazo el muslo izquierdo. -Aquí tienes papá-, me dijo al tiempo que me entregaba una bolsa anaranjada en la que había dos regalos para mí.La frase de Mauro se quedó dando vueltas en mi cabeza.

Aquí, en mi casa, celebro mi dicha: tengo un abrazo, una bienvenida. Allá, me lamentaba, aquellos papás se conformaban con una mirada por una grieta, con la esperanza de leer un letrero que leyera ‘Te amo papá’.

Lunes 22 de junio

Busco a Mauro al salir de su campamento. Hablábamos sobre el Tren Urbano a la altura de la Parada 26. Siempre que vemos un tren, o la posibilidad de uno en la imaginación de Mauro, comenzamos a hacer un mini libreto en el que él, o yo, personificamos al tren o el chofer de la máquina. Puro juego. Terminamos el juego y le explico que vamos a una protesta, a una actividad en la que la gente se reúne, camina, canta y le dice a los demás por qué está enojado o en desacuerdo con algo. Él entendió mejor que yo, mi pobre explicación sobre el por qué estábamos en un piquete en apoyo a las comunidades del Caño Martín Peña.

Marchamos. Él en su coche contemplaba todo, mientras yo hablaba con mis amistades para, dizque, resolver el mundo. Hicimos una pausa para apaciguar el calor criminal que nos derretía. En el colmadito de una gasolinera cercana pudimos saciar nuestra necesidad. Compramos agua y jugo de manzana. Justo antes de irnos, Mauro me pidió –Chocolate, chocolate-, señalando hacia una caja de galletas Panky. Se tomó su jugo y se comió su Panky.

Luego volvimos a la marcha y Mauro pidió regresar al colmadito para comprar otro Panky. Así que allí estaba el gran Mauro, devorando sus Panky y siguiendo con su cabeza los estribillos cantados al ritmo de plena. Quizás, ahora, a sus tres años y medio, y según pase su niñez recordará aquellos Panky que le resolvieron en medio de un aparatoso calor. Más tarde recordará la marcha y sabrá que para luchar por lo que uno cree hay que estar en la calle, brazo a brazo con aquellos que comparten tu apego por la empatía y la justicia para con los demás. Y si aparece un Panky o facsímil razonable, mejor.

La conjunción del sentido del gusto y la memoria son un misterio fascinante. Aquellos helados de coco que me compraba mi papá en las protestas a las que me llevaba me enseñaron el sabor genuino de la solidaridad. Gracias Mauro, gracias papá.

Mercenario


Quien lo hubiera visto jamás hubiera sospechado que hacía cualquier cosa por dinero. Encararlo era imaginar la posibilidad de un abuelito redentorista -o un profesor de sociología- que residía en aquel cuerpo. Era de baja estatura y zapatitos pequeños. Tenía una calva monacal de la que parecía estar muy orgulloso. Llevaba una barba aristotélica canosa. Apenas estrechaba la mano cuando saludaba. Parecía tímido en sus primeros días de trabajo. Estudiaba todos los movimientos de los periodistas que tendría a su cargo.

Apareció –dicen- de la nada. En esa silla negra y enorme, como aquella que usaba el emperador de Star Wars- era que se sentaba el entonces flamante director ejecutivo. Traído de lejanas tierras por que sí. Justificada su presencia por el ignorante cliché de la globalización que empuñaban sus empleadores. Empotrado en su puesto por encima de todos aquellos que alguna vez soñaron con ser parte de la dirección.

Por la razón o por la fuerza –nadie sabe con certeza cómo sucedió aquello- se hizo del poder cotidiano de las operaciones diarias de la redacción del principal diario del país. Su paso fue lento, pero certero. Su ejecución, quirúrgica. Comenzó por aislar al hombre de confianza del editor jefe del diario. Su verbo colmado de mezquindad, lindezas y, cómo no, un acentito de una particular arrogancia que esconde un gran miedo, convenció al editor jefe para que le diera un puesto decorativo al desplazado. Habilitaron una gran oficina para él. Le instalaron televisores y todo tipo de juguetes para que se siguiera sintiendo querido. Poco importó la fidelidad que tuvo el hombre de confianza para con el diario. Poco importó su intachable carrera, su generosidad y hasta su alegría.

El sabor del mes era este nuevo señor a quien podriamos llamar Mercenario. Saludaba con mucha cortesía y hasta parecía interesado en las labores de sus subordinados. Alababa a los periodistas más habilidosos y jóvenes. Fulano escribe bien. Sutano es un gran editor. Perensejo es una persona muy organizada. Y Quirindongo me parece muy dinámico y alocado. En una ocasión hasta los invitó a almorzar. Los recogió a todos en una lujosa Land Rover pagada por sus patronos, sólo para llevarlos a un restaurante que estaba al cruzar la calle. Entre bocado y bla, bla, bla les dijo que ellos iban a ser una parte muy importante del cambio que quería implantar en el diario. Les pidió su ayuda para generar ‘entusiasmo’. Aquella palabra era su estribillo favorito.

Transcurrió el tiempo y se hizo de los ingenuos. Averiguó todo lo que necesitaba saber. Supo la vida, obra y milagro de todos los que allí laboraban. Hurgó en los intereses laborales de sus subordinados. Palpó los roces y las envidias que había en el ambiente laboral y los enfundo en su vaqueta de tirria. De algo le tenía que servir a Mercenario toda esa experiencia que había adquirido en su juventud como lacayo de una dictadura.

Meses más tarde comenzó a repartir nuevos puestos. Relocalizaron algunos y a otros les dijeron –como le gustaba exclamar a la MERA MERA del diario- ahí está la puerta. Poco a poco, Mercenario se fue encajando muy bien en la silla que ocupaba. Pedía café en tazas de porcelana. Leía y miraba las noticias de una agencia extranjera vía web. Siempre con sus audífonos puestos para que nadie perturbara su concentración en -por ejemplo- un reportaje muy profundo sobre una pareja neoyorquina que se acababa de divorciar y cómo habían decidido despedazarse a través de sendos blogs.

A Mercenario le pidieron resultados: costo eficiencia, economías y ganancias, mucho billete y más billete. Y Mercenario se vendió bien y embaucó mejor con su formula. Noticias de farándula + noticias freaky + interés humano= ganancias. Pronto todos danzaban al ritmo del cambio, la novedad y la frescura.

Cuando Mercenario por fin estaba embutido en su silla de poder, afloró su desprecio manipulador. Un día era muy paternal y condescendiente con un reporterito que le pedía una mejor remuneración para su nuevo puesto de editor. Otro día era un troglodita que –casi- tildaba de recto anal al imbécil que incurría en la grave falta de cometer un error. Incluso se burlaba de su editor jefe frente a sus subordinados. Que si el editor jefe habla como si estuviera dando una presentación en Power Point, que si vive en un mundo ideal…

Así era Mercenario, un tipo osado con un baúl lleno de complejos. Sus conversaciones cotidianas, por más insignificantes que fueran, tenían que ser escuchadas con atención al detalle.

-Mira como quedaron estos lentes que tenía que arreglar. Me los enviaron por correo. Me salía más barato enviarlos allá, vía express, que arreglarlos en la Ínsula. Tienen un diseño espectacular, ¿no es cierto?- comentó en una ocasión.

Sin embargo, las conversaciones cotidianas o laborales de sus supervisados le importaban un bledo. -Ustedes se preocupan por tonterías y no se dan cuenta del gran País en el que viven-, dijo alguna vez en una reunión de staff.

Muchos fueron los que salieron de aquella reunión deseosos de saber más sobre las maravillas del país en el que todos los días comían, dormían y cagaban. Gracias al cielo por Mercenario, que vino desde allende los mares para enseñarle a sus anfitriones la manera inequívoca de apreciar su propia patria. Qué suerte tuvo ese periódico: contaban con un necio encumbrado en lo más alto de su ego.

Claro que tanta sapiencia no viene de gratis. Tomo poco tiempo saber cómo nació el aprecio de Mercenario por la Ínsula. Un sueldazo de tres cifras, una Land Rover de más de $60,000, gasolina paga, un apartamento cerca de la playa pagado por sus jefes y hasta el traslado de su familia desde su país natal, todas son razones suficientes para ver una Suiza en un país que es un profundo disparate.

Y ya que el billete llegaba al bolsillo de Mercenario, su inquina se disparó. Se convirtió en un Hernán Cortéz. Hizo de los periodistas que dirigía una manija de indios esclavizados, como los que residen en su imaginación de mayordomo. Los llenó de miedos, odios y resentimientos para los unos con los otros. Reinaba la confusión bajo su mandato. Donde había solidaridad, sembró el sálvese quien pueda. Donde había compañerismo, sembró la traición.Destrozado el ambiente de trabajo, le echó mano al producto. Prometió vender más diarios con su fórmula editorial.

Comenzaron el choriceo, la pifia y la idiotez a ser los catalíticos de las labores de los periodistas. Tras bastidores, los dueños de la hacienda periodística que trajeron a Mercenario se quedaban callados. Más ahorro. Menos personal. Nuevo producto. Más producción. Más ganancias.

Mercenario estuvo bailando su mambo por más de un año. Cuando le llegó el momento de partir, ¡fua! Se fue, como el Diablo que escapa de toda culpa tras convencer al mundo de su improbable existencia. Dicen que lo despidieron. Puede ser que acabó su labor en la guerra para la que fue contratado. Quizás se convirtió en un ser ejemplar.

Poco importa su estado actual, siempre y cuando agarre sus maletas y busque otra guerra en la que pelear por dinero. Aquí, en la Ínsula, aún están aquellos que lo trajeron para hacerles el trabajo sucio. Aquellos a los que Mercenario les costó una fortuna. Aquellos que terminaron siendo mercenarios de su propia ambición y cobardía.

sábado, junio 06, 2009

Botao

Miles aún marchaban. Iba camino a la escuela de mi hijo. Entonces vino el golpe. Escucho el testimonio de una mujer en una emisora de radio. Dice ser empleada del Gobierno. Agrega que lleva cinco años trabajando para el Estado. Confiesa ser una de los empleados cesanteados. Llora su desventura: tiene una enfermedad terminal y ahora no cuenta con plan médico. Llora. Llora en serio, con un dolor profundo que la deja muda. Su tristeza es tan lenta, como el reguero de mucosidad y saliva que no le permite pronunciar palabra. Traga fuerte. Su voz se aclara. Vuelve a tratar de explicar su historia. Y llora otra vez. El periodista apenas le responde. Le indica que le comunicará con la productora del programa. Y todos se callan la boca. Silencio…

Sigo camino a buscar a mi hijo a la escuela y pienso en la señora. Recuerdo uno que otro cínico trillado, de esos que se alegran por los recientes despidos de empleados públicos… ¡qué los boten si son una partida de vagos! A lo alto de la colina ya puedo divisar la escuela de mi hijo…

Otra vez el golpe, pero en el recuerdo. Trabajaba para un importante medio de comunicación del País. Como tenía un cargo gerencial, me encargué de elaborar el plan de trabajo del día. Los compañeros con los que compartía tareas llegaron a trabajar, como era su costumbre. Repartí el plan de trabajo y lo discutimos. Todo el mundo se fue a su espacio para comenzar la jornada. Media hora más tarde, un puñado de ellos regresó a sus áreas de trabajo desde puntos diversos de la oficina. Sus ojos estaban enrojecidos. Lloraban. Dos de ellos disimulaban su pena bajo una sonrisa cargada de comentarios sarcásticos. Uno de ellos se fue del lugar raudo. La única chica del grupo lloraba rabiosa. Y otro de ellos cargaba una caja en la que llevaba sus pertenencias, que ya había comenzado a recoger. También lloraba. Vino en pos de mí. Me abrazo. No recuerdo si fue él quien mencionó a su hijo, o si fui yo quien recordé a su pequeño en aquel momento. Luego lo vi marcharse. Llevaba su caja a cuestas y hubiera dado el mundo por poder esconder su congoja en ella y tirarla en el primer zafacón que encontrara. De salida, iba pegado a la pared. Con el cuello entumecido, casi debajo de los hombros.

Llego al estacionamiento de la escuela de mi hijo. Salgo del auto y me quedo ahí parado, tieso, como en aquella ocasión en la que un jefe me entregó una carta de despido. A la señora le llegó su carta y a mi ex colega, aunque lo despidieron de la manera más vulgar y descarada, también le llegó su misiva. Decía poco, el mensaje a leerse. Tan insignificante, como la opinión de los cínicos que hoy celebran el despido de los empleados públicos. Poco importa el palabreo. Quien se alegre de la desgracia ajena es porque nunca ha vivido esa pesadez del alma, sentirse botao.