miércoles, junio 24, 2009

Mercenario


Quien lo hubiera visto jamás hubiera sospechado que hacía cualquier cosa por dinero. Encararlo era imaginar la posibilidad de un abuelito redentorista -o un profesor de sociología- que residía en aquel cuerpo. Era de baja estatura y zapatitos pequeños. Tenía una calva monacal de la que parecía estar muy orgulloso. Llevaba una barba aristotélica canosa. Apenas estrechaba la mano cuando saludaba. Parecía tímido en sus primeros días de trabajo. Estudiaba todos los movimientos de los periodistas que tendría a su cargo.

Apareció –dicen- de la nada. En esa silla negra y enorme, como aquella que usaba el emperador de Star Wars- era que se sentaba el entonces flamante director ejecutivo. Traído de lejanas tierras por que sí. Justificada su presencia por el ignorante cliché de la globalización que empuñaban sus empleadores. Empotrado en su puesto por encima de todos aquellos que alguna vez soñaron con ser parte de la dirección.

Por la razón o por la fuerza –nadie sabe con certeza cómo sucedió aquello- se hizo del poder cotidiano de las operaciones diarias de la redacción del principal diario del país. Su paso fue lento, pero certero. Su ejecución, quirúrgica. Comenzó por aislar al hombre de confianza del editor jefe del diario. Su verbo colmado de mezquindad, lindezas y, cómo no, un acentito de una particular arrogancia que esconde un gran miedo, convenció al editor jefe para que le diera un puesto decorativo al desplazado. Habilitaron una gran oficina para él. Le instalaron televisores y todo tipo de juguetes para que se siguiera sintiendo querido. Poco importó la fidelidad que tuvo el hombre de confianza para con el diario. Poco importó su intachable carrera, su generosidad y hasta su alegría.

El sabor del mes era este nuevo señor a quien podriamos llamar Mercenario. Saludaba con mucha cortesía y hasta parecía interesado en las labores de sus subordinados. Alababa a los periodistas más habilidosos y jóvenes. Fulano escribe bien. Sutano es un gran editor. Perensejo es una persona muy organizada. Y Quirindongo me parece muy dinámico y alocado. En una ocasión hasta los invitó a almorzar. Los recogió a todos en una lujosa Land Rover pagada por sus patronos, sólo para llevarlos a un restaurante que estaba al cruzar la calle. Entre bocado y bla, bla, bla les dijo que ellos iban a ser una parte muy importante del cambio que quería implantar en el diario. Les pidió su ayuda para generar ‘entusiasmo’. Aquella palabra era su estribillo favorito.

Transcurrió el tiempo y se hizo de los ingenuos. Averiguó todo lo que necesitaba saber. Supo la vida, obra y milagro de todos los que allí laboraban. Hurgó en los intereses laborales de sus subordinados. Palpó los roces y las envidias que había en el ambiente laboral y los enfundo en su vaqueta de tirria. De algo le tenía que servir a Mercenario toda esa experiencia que había adquirido en su juventud como lacayo de una dictadura.

Meses más tarde comenzó a repartir nuevos puestos. Relocalizaron algunos y a otros les dijeron –como le gustaba exclamar a la MERA MERA del diario- ahí está la puerta. Poco a poco, Mercenario se fue encajando muy bien en la silla que ocupaba. Pedía café en tazas de porcelana. Leía y miraba las noticias de una agencia extranjera vía web. Siempre con sus audífonos puestos para que nadie perturbara su concentración en -por ejemplo- un reportaje muy profundo sobre una pareja neoyorquina que se acababa de divorciar y cómo habían decidido despedazarse a través de sendos blogs.

A Mercenario le pidieron resultados: costo eficiencia, economías y ganancias, mucho billete y más billete. Y Mercenario se vendió bien y embaucó mejor con su formula. Noticias de farándula + noticias freaky + interés humano= ganancias. Pronto todos danzaban al ritmo del cambio, la novedad y la frescura.

Cuando Mercenario por fin estaba embutido en su silla de poder, afloró su desprecio manipulador. Un día era muy paternal y condescendiente con un reporterito que le pedía una mejor remuneración para su nuevo puesto de editor. Otro día era un troglodita que –casi- tildaba de recto anal al imbécil que incurría en la grave falta de cometer un error. Incluso se burlaba de su editor jefe frente a sus subordinados. Que si el editor jefe habla como si estuviera dando una presentación en Power Point, que si vive en un mundo ideal…

Así era Mercenario, un tipo osado con un baúl lleno de complejos. Sus conversaciones cotidianas, por más insignificantes que fueran, tenían que ser escuchadas con atención al detalle.

-Mira como quedaron estos lentes que tenía que arreglar. Me los enviaron por correo. Me salía más barato enviarlos allá, vía express, que arreglarlos en la Ínsula. Tienen un diseño espectacular, ¿no es cierto?- comentó en una ocasión.

Sin embargo, las conversaciones cotidianas o laborales de sus supervisados le importaban un bledo. -Ustedes se preocupan por tonterías y no se dan cuenta del gran País en el que viven-, dijo alguna vez en una reunión de staff.

Muchos fueron los que salieron de aquella reunión deseosos de saber más sobre las maravillas del país en el que todos los días comían, dormían y cagaban. Gracias al cielo por Mercenario, que vino desde allende los mares para enseñarle a sus anfitriones la manera inequívoca de apreciar su propia patria. Qué suerte tuvo ese periódico: contaban con un necio encumbrado en lo más alto de su ego.

Claro que tanta sapiencia no viene de gratis. Tomo poco tiempo saber cómo nació el aprecio de Mercenario por la Ínsula. Un sueldazo de tres cifras, una Land Rover de más de $60,000, gasolina paga, un apartamento cerca de la playa pagado por sus jefes y hasta el traslado de su familia desde su país natal, todas son razones suficientes para ver una Suiza en un país que es un profundo disparate.

Y ya que el billete llegaba al bolsillo de Mercenario, su inquina se disparó. Se convirtió en un Hernán Cortéz. Hizo de los periodistas que dirigía una manija de indios esclavizados, como los que residen en su imaginación de mayordomo. Los llenó de miedos, odios y resentimientos para los unos con los otros. Reinaba la confusión bajo su mandato. Donde había solidaridad, sembró el sálvese quien pueda. Donde había compañerismo, sembró la traición.Destrozado el ambiente de trabajo, le echó mano al producto. Prometió vender más diarios con su fórmula editorial.

Comenzaron el choriceo, la pifia y la idiotez a ser los catalíticos de las labores de los periodistas. Tras bastidores, los dueños de la hacienda periodística que trajeron a Mercenario se quedaban callados. Más ahorro. Menos personal. Nuevo producto. Más producción. Más ganancias.

Mercenario estuvo bailando su mambo por más de un año. Cuando le llegó el momento de partir, ¡fua! Se fue, como el Diablo que escapa de toda culpa tras convencer al mundo de su improbable existencia. Dicen que lo despidieron. Puede ser que acabó su labor en la guerra para la que fue contratado. Quizás se convirtió en un ser ejemplar.

Poco importa su estado actual, siempre y cuando agarre sus maletas y busque otra guerra en la que pelear por dinero. Aquí, en la Ínsula, aún están aquellos que lo trajeron para hacerles el trabajo sucio. Aquellos a los que Mercenario les costó una fortuna. Aquellos que terminaron siendo mercenarios de su propia ambición y cobardía.

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