jueves, diciembre 15, 2005

El Thunderbird de un hombre


Catapultó mi memoria la La Insula Hirsuta y evocó una imagen. Contaba el autor de dicha página las aventuras de su abuelo chulo, con su Thunderbird 1978, y no pude dejar de pensar en mi padrastro, quien tenía el modelo que aparece arriba.

Era un hombre alto y fornido para la norma boricua. Medía unos seis pies con cuatro pulgadas, era calvo y al momento de casarse con mi madre rondaba los cincuenta años. Vestía guayabera Oscar de la Renta o Fernando Pena planchadísima, que cortaba, con su pañuelo bordado correspondiente. El perfume, Paco Rabbanne. Nunca lo vi fumar, ni bebía, pero se daba los 'drinks' de whisky. Pinch 12 años, como mínimo, siempre en las rocas. Si el día era caluroso, se preparaba un ginebra con china, Bombay si era posible, o alguna otra de grano. La Gordons de caña le daba dolor de chola.

El hombre trabajaba con el béisbol profesional de la Isla. Todos lo trataban con mucho respeto. Aunque en él afloraba el jodedor que todos llevamos dentro...Recuerdo que en el ascensor que lleva a la prensa y a los V.I.P. a los salones reservados del Hiram Bithorn en el segundo piso del estadio una vez se tiró un follón descomunal que apestó aquello como si hubieran destripado a un enano.

En el aparato venían unas 3 damas cívicas guaynabeñas que organizaron una actividad benéfica en el parque de béisbol. Al sentir el hedor, las doñas asqueadas se separaron del legendario Rubén Gómez que venía con nosotros, adjudicándole la culpa de la pestilencia.

Aquello luego fue vacilón de camerino y no hubo pelotero a quien el gran Rubén no le contó el suceso y "como este cabrón me dejó allí, claro como yo soy prieto, aquellas señoras se creían que yo me había cagao". Vellonero y dicharachero, mi padrastro también era un enigma.

Usaba una pistola en el tobillo, no cargaba cartera y llevaba su dinero, en denominaciones mayores de $20 en un money clip. También tenía una casa de empeño atendida por un empleado alto, gordo, de pelo negro y ojos azules, un tanto morón, apodado 'Chiqui', que almorzaba en el Siglo XX y quien se lamentaba de que ya para los finales de los setenta estaban sacando a las putas del Viejo San Juan. Tan feliz que él era con aquella prieta alcóholica que le mamaba el guevo por cinco pesos.

Mi padrastro gustaba de comer afuera, siempre y cuando fueramos a la pizzería Ponce de León, al Metropol o al Hipopótamo, aunque él pedía que fueramos mi madre y yo los que decidieramos donde ir.

Su cantante favorito era Gilberto Monroig. Sintonizaba la radio en Canciones Inolvidables y había equipado su Thunderbird con un sistema de sonido Pionnier, con dos woofers. Ir en aquel auto era como flotar en una sala casera de vinil. Ver bajar la antena automática, una novedad para aquel entonces, era un evento.

Me lo imagino explorando el afiche de compra del entonces flamante auto. Se cumplía su sueño de recluta de la Segunda Guerra Mundial, a la que fue como pelotero y de la que salió, según el mismo relataba, cuando "me tiré encima de unas bayonetas". En su Thunder por fin éstaría sentado en su auto ideal, hecho para levantar, aunque difícil de maniobrar por las calles del Viejo San Juan...

Con el transcurso del tiempo la relación del otrora jodedor con mi madre se fue deteriorando. Muchos años después me enteré de que el hombre no pudo bregar con el asunto de que el destroyer no le funcionó más y mi mai todavía era joven...

Corre algún año a finales de los ochentas, ahí estamos mi padrastro y yo en medio del más descomunal tapón de todos los tiempos en la autopista José de Diego. Lo recuerdo lamentando y aceptando con estoicismo el apodo que le dio mi abuelo materno (cuyas historias se irán revelando más adelante) al Thuderbird, luego de que se la dañara el aire acondicionado para siempre: el quemaguevo.

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